LAS LUNAS DEL NOMO

RUY

martes, 7 de diciembre de 2010

CUENTO DE NOMOS PARA DORMIR PRINCESAS CAPITULO FINAL Primera parte




“Sé que lo sentí, se que lo viví, fue real, se que lo fue, porque una vez fui hombre, ya no lo soy es cierto, pero alguna vez fui hombre y sé que lo sentí, se que lo viví y que fue real”
El nomo había pasado toda la noche repitiéndose esto, es cierto era un nomo, él había sido transformado en esa horrible bestia por una razón, por haberse atrevido a mencionar la palabra prohibida en el reino de las Princesas y peor aún, se había atrevido a sentirla, y por una Princesa, sin obedecer la regla que indicaba que las Princesas solo pueden estar con los Príncipes, y aunque él hubiera sido un hombre antes de ser nomo, nunca fue Príncipe, así que fue condenado y transformado en nomo como castigo, como una lección a todos los plebeyos que osaran poner sus ojos sobre una Princesa.
Muchas cosas eran distintas en aquellos días, todos conocían las reglas y sabían de la palabra prohibida, sabían que las Princesas eran Princesas desde que nacían, y parecía ser, que antes de ser otra cosa, una Princesa era Princesa, así se había vivido muchos años en paz, así se habían mantenido resguardadas tras los muros de aquel reino las Princesas, y toda la belleza que había en ellas.
Sin embargo las cosas habían cambiado mucho desde que el nomo había pisado el reino de las Princesas por primera vez, muchas cosas habían sucedido, y después de su exilio él había conseguido vivir de manera resignada con aquella maldición, con aquel hechizo que lo había convertido en lo que era hoy, un nomo, una bestia, yo incluso lo conocí así, pese al llanto que de vez en cuando soltaba y que con semejantes chillidos asustaba a todas las criaturas que le rodeaban, cuando lo conocí él estaba resignado, conforme con ser un nomo, y hasta diría que contento por ser la bestia que era, y a pesar de que le quedaban muy pocos recuerdos de cuando había sido hombre, las veces que solía contarme lo que hacía y lo que conocía de ser hombre, siempre me pareció muy poco, sin embargo a él le brillaban esos obscuros y pequeños ojos encima de sus enormes ojeras, cada que me contaba alguno de sus recuerdos.
No sé cuánto tiempo había pasado desde que aquel hechizo lo convirtió en nomo, pero cuando lo vi y al recordar su conformidad, me supongo que demasiados años tenía ya viviendo con ese horrible aspecto que le hacía estar lejos de todos, mucho más de las Princesas; sin embargo a pesar de su horrible apariencia, con esos ojos pequeños y obscuros encima de esas enormes ojeras que le enmarcaban la mirada triste, esos pelos escasos y tiesos que sobre su hocico simulaban un bigote, su cuerpo deforme y encorvado, los brazos largos desproporcionados, sus garras pequeñas y afiladas, y esa barriga que le chillaba cada madrugada exigiéndole un poco de café, su piel era gruesa y seca, de un tono amarillento, pálido, sus dientes chuecos y enormes, su nariz grande y húmeda, siempre húmeda, esas enormes orejas que le hacían ver la cabeza pequeña, y su voz chillante, cada parte de su cuerpo parecía que había sido diseñada exclusivamente para ser rechazada, y cumplía su propósito, pues semejante asco de criatura siempre solía horrorizar a quien le veía, forzándole a escapar lejos de aquella bestia, pero como les decía, a pesar de su apariencia horrible, se las había arreglado la vida para dejarlo dialogar de vez en cuando con alguna persona, con alguna criatura, incluso, con algunas Princesas.
Cada que me contaba esos encuentros, muchas veces pensaba que eran solo sueños que él tenía, imágenes que se creaban por algún recuerdo de cuando era hombre, de cuando había pisado el reino de las Princesas, de cuando el viejo carpintero le regalo su traje, de cuando trabajaba de artesano, de cuando estaba rodeado de la belleza de aquel reino, de cuando se había atrevido a mencionar la palabra prohibida, y peor aún, a sentirla, y a ser condenado por eso.
Habían pasado muchas cosas desde entonces, y muchas habían cambiado, aquellos lugares aunque parecían iguales, ahora ya no eran lo que eran antes, y lo único que mantenía aun creciendo esos reinos, esos bosques, esos poblados, era la magia que aun existía, la belleza se conservaba envuelta en aquel frágil papel, y había sobrevivido a todos los cambios que habían llegado después que fue condenado el nomo para ser ejemplo de lo que no se debía de hacer, y muchos habían aprendido la lección, pero los cambios a pesar de todo se dieron, eran inevitables, como también fue inevitable que el único que no aprendiera nada fuera el nomo, pero todos saben que los nomos son idiotas, y que no suelen pensar porque no saben hacerlo, y se dejan guiar muy fácil por lo que dentro de ellos sienten.
Así el nomo, después de tantas cosas, incluso después de ser nomo y a pesar de ello, no había entendido muchas cosas, sobre todo que siendo nomo no podía mencionar la palabra prohibida ni sentirla, no como un hombre común, porque ya era un nomo, y quizás debía de haber escarmentado cuando fue hombre, y entender que era muy alto el precio de atreverse a hacerlo, a vivirlo, pero el nomo no entendió, el nomo era idiota y no pensaba, no sabía pensar, y se aferro a aquella palabra, sin darse cuenta del precio que estaba por pagar, que iba pagando noche a noche.
Así después de haberse condenado por querer vivir aquella palabra cuando era hombre, el nomo había caído una vez más en el deseo de conocerla, de vivirla, pero ahora siendo nomo y lo había hecho, lo había conseguido, sin embargo el resultado una vez más le había costado un precio muy alto.
Habían pasado muchas noches, muchas Lunas, desde que su princesa Luna se había marchado, desde que él la había dejado marcharse, pues si bien había encontrado en ella el significado de aquella palabra a la que tanto se aferraba, también era cierto que por ese mismo significado el nomo comprendió que siendo Princesa, ella merecía un Príncipe y no un nomo, así que la dejo irse, a que buscara a su Príncipe, a que fuera feliz recorriendo reinos hasta encontrar al adecuado que le enseñara a pronunciar aquella palabra, que tanto él deseaba dejarle grabada a ella.
Pero ella era Princesa, las Princesas nacen siendo Princesas y siempre serán Princesas, y el nomo, ya era nomo antes de haberla conocido, así que aunque con mucho trabajo, una noche la Princesa subió a su caballo y se alejo, y el nomo tuvo que aprender que solo era un nomo, tuvo de nuevo que aprender que solo era eso y nada más.
Pasaron muchas noches, muchas Lunas, y el nomo no dejaba de pensar en su Princesa, le encontraba en cada bosque que descubria, le encontró en el murmullo de las hojas que caían de noche en aquel bosque mágico donde el carpintero había soltado las cenizas de su Princesa, la encontraba en el púrpura de las aves que salían cuando los botones de aquellas flores se abrían con los rayos de la Luna, la encontraba en los ríos de cristal que fluían melodiosamente soltando destellos de luz cuando la Luna asomaba el rostro en aquellas aguas solidas, la encontraba en todos los lugares a donde iba, en cada bosque, en cada niño que veía de lejos escondido en algún matorral de frutas rojas y que le hacían desear ser hombre y que esos niños fueran sus hijos, y los de la Princesa, la encontraba en la melodía de suspiros que cada noche aun se escuchaba tras los muros del reino de las Princesas, y que le hacían imaginar que estaría soñando su Princesa Luna.
Así pasaron muchas noches, y el nomo siempre le encontraba en algún lugar, pero donde más la encontró fue en el rostro pálido de la Luna, de su Luna, y pasaba las madrugadas trepado en las copas más altas que encontraba de aquellos arboles mágicos, y le hablaba a la Luna, como si fuera su Princesa Luna, como si fuera su Luna, así poco a poco la Luna fue conociendo al nomo, y comenzó a menguar para él, para sonreírle como su Princesa le sonreía, para sonreírle como a nadie le sonreía, y esto era de esperarse, pues nadie le hablo nunca a la Luna como el nomo le hablaba, pues nadie nunca le hizo hablar así, ni cuando fue hombre, ni ahora que ya era un nomo, ahora que tan solo era un nomo.
Pasaron muchas noches, pero siempre era su Luna, siempre era su Princesa quien al ocultarse el sol, se asomaba para encontrarle a él, que lo primero que su chillona voz decía al ver aquella silueta hermosa y radiante, era la palabra prohibida, y el nomo una vez mas rompía todas las reglas que en aquellos días había, para atreverse a vivir lo único que le había mantenido tantas noches con los ojos abiertos, antes de ser nomo, y ahora que solo era un nomo.
Y el nomo sintió de nuevo esa palabra palpitándole en cada poro de su áspera piel, y así como inmensa era su felicidad cada que miraba sus garritas iluminadas por aquella blanca luz, así de inmensa era su tristeza cuando al amanecer su Luna iba perdiéndose en el horizonte ante los rayos del sol, y una nueva despedida llegaba, llegaba sin poder sentirle, sin poder olerle, sin poder besarle, sin poder rozarle con sus garras, sin poder sentir el frío de aquella pálida sonrisa que brillaba solo para él, solo por él, y una espera le cubría las horas durante el día, la espera para poder ver de nuevo a su Luna, a su Princesa, y de nuevo gritarle la palabra prohibida, y de nuevo pedirle al viento que lo ayudara a acercarse un poquito más.
Muchas veces encontraba algún árbol mágico con flores moradas coronándole su follaje y se atrevía a hablar con él intentando convencerlo de que creciera un poco más, haciendo artífice a su vanidad le decía que si fuera más alto seria el árbol más hermoso de aquel bosque, y que solo tendría que hacer un poquito de esfuerzo, pero los arboles son sabios, y para ser sabios estaban acostumbrados a tomarse su tiempo, incluso hasta para crecer, incluso hasta para cambiar de vestimenta, así que por más que el nomo pasaba el día suplicándole a algún árbol que creciera antes del anochecer, llegaba el anochecer y el nomo seguían sin conseguir acercarse un poco más a su Luna, a su Princesa.
Algunas veces hacia rabieta el nomo, y sacudía fuertemente las ramas de los arboles hasta tumbarles las flores y las hojas, después apenado bajaba de las ramas y hacia alguna imagen con aquellos colores que quedaban sobre el pasto de aquellos bosques, les decía a los arboles que lo disculparan pero que les quería hacer un regalo por haberse tomado la molestia de crecer un poco más, sin embargo subía a la rama más alta, y le susurraba a su Luna que era mentira eso, que en realidad le había hecho la imagen a ella, para hacerla sonreír, para darle aunque fuera algo con lo que durante el día del otro lado del mundo ella pudiera recordarle, además de que siendo nomo, lo único que podía regalarle a su Luna era aquello que podía crear con sus garritas, muchas veces la Luna quedaba tan maravillada con las imágenes, que sobre su piel las copiaba, para hacerle saber al nomo que le habían gustado, y esto le costó trabajo descubrir al nomo, porque las imágenes que copiaba sobre su piel la Luna eran sin color, fue solamente hasta que una madrugada, casi a punto de salir el sol, una lagrimita le empaño los ojos al nomo, distorsionándole la mirada para darse cuenta de que el dibujo que le había hecho con flores y hojas, lo había guardado la Luna sobre su piel.
Así sobre la piel de la Luna se fueron acumulando diferentes imágenes, que muy pocos llegaron a notar, por el mismo problema del nomo, y aparecieron barquitos de papel, corazones con alas, estrellas disfrazadas de corazones, olas que escondían las veces que el nomo le había gritado la palabra prohibida a su Luna, muchas imágenes, todas sin color, pero eran la muestra de que la Luna disfrutaba aquellas humildes muestras de lo que el nomo sentía por ella, y las presumía sin importarle si alguien más se daba cuenta o no, y fueron pocos los que se dieron cuenta, incluso los mismos arboles creían que aquellas imágenes eran para ellos, tanto así que le pedían al viento que no las borrara, para poder presumírselas a los otros árboles, mientras entre el nomo y la Luna, sabían que aquellas imágenes eran la muestra de aquello que sentían uno por el otro, sin importarles quien más las viera, sin importarles que el viento por envidia, soplara fuerte para borrarlas, tratando de hacer nuevas figuras, gritando que el dibujaba mejor y sin tener garras, pero el nomo no se molestaba, pues sabía que siempre quedarían grabadas en la piel de su Luna, de su Princesa.
Pasaron muchas noches, y solo una Luna, su Luna, su Princesa, y la misma palabra inundando con ayuda del eco, cada rincón de aquellos bosques donde el nomo solía esconderse para no ahuyentar a nadie, para no molestar a nadie, para no ver a nadie, pues la única imagen que el nomo tenía ya en sus obscuros ojos, era la de su Luna, la de su Princesa, que se habían vuelto lo mismo para el nomo, y desencadenarían el mismo resultado.
Eran tiempos muy diferentes a los que conocemos, tiempos en donde las cosas mágicas estaban al alcance de todos, al alcance de todo, eran tiempos en que los unicornios tenían alas, las sirenas podían volar hasta las montañas mas altas, los dragones eran dragones, y los nomos eran nomos y solo eso, y tiempos en que la Luna era capaz de mirar al nomo y sentir la palabra prohibida solo por él, solo para él, a ella no le interesaba si alguien más la veía, ella solo menguaba para el nomo, no le importaba si las otras criaturas se daban cuenta de las imágenes que guardaba sobre su piel, no sentía vergüenza de eso, no sentía miedo de que noche a noche fueran los ojos obscuros del nomo quienes la miraran de esa manera, no sentía pena de que así fuera, y no le importaba que hasta el sol y el mar se encelaran de aquella horrible criatura que mantenía atenta a la Luna, menguando solo para él, solo por él.
La Luna estaba tan feliz y tan segura de lo que sentía cuando era siendo contemplada por el nomo, que muchas veces lograba escapar a todos los rayos del sol y se le podía ver a medio día menguando en algún rincón del cielo, muy poca gente lograba descubrir aquella Luna de medio día, porque muy pocos en realidad pasaban el tiempo mirándola, no al menos de la manera en que el nomo la miraba, no sintiendo lo que el nomo sentía, así que fueron muchos días así, con ella a medio día gritándole al mundo las imágenes que el nomo le había dibujado, gritándole al mundo la palabra prohibida que el nomo le había gritado cada noche, noche a noche, y algunas veces hasta medio día.
Eran tiempos diferentes, muy diferentes, tan diferentes que el nomo una vez mas fue capaz de sentir dentro de él la palabra prohibida, y la Luna, su Luna, fue capaz de sentirla por él, a pesar de ser un nomo, a pesar de ser Luna, a pesar de todo, a pesar de todo lo que desencadenarían después.




2 comentarios:

Anónimo dijo...

Qué bonito es el amor. Y qué bonito ha de ser, expresarse libremente sobre lo que se siente... sin importar que piensen los demás y esas cosas. aush, siempre y por siempre: UN GUSTO LEERTE :')

Lu (: dijo...

Ay, yo fui el comentario anterior. Pero no te lo envie con mi cuenta jeje y fui anonimo :O jajaja pero, ahm qué lindo nomo y que linda la luna

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