LAS LUNAS DEL NOMO

RUY

martes, 26 de enero de 2010

HISTORIA DE UN LATIDO






Habían pasado muchas vidas desde que aquella horrible criatura había sido exiliada como condena por haber buscado el amor en un ser diferente, durante esa última vida en que reciclaba sus latidos cada vez que se veía al espejo no veía más que su nauseabunda piel cubierta de costras, cubierta de infecciones que le pululaban y que pútridas emanaban un aroma que ya no toleraba y que le resultaba tan repugnante como su imagen.

Había aprendido a evitar los reflejos, había aprendido a volverse una sombra en las fotografías, había aprendido a desvanecerse cada vez que alguien le miraba, y evitaba a toda costa su reflejo dentro de las pupilas de alguien y más cuando ese alguien era una Princesa.

Había aprendido a sosegar el grito que escapaba de su pecho, ese grito que aullaba cuatro letras, ese grito lastimero que apenas era un gemido dentro de aquel negro y reseco corazón que tenia la bestia, tan negro como su piel de humo, como el cáncer que le generaba tumores en las manos para matar su sensibilidad ante el roce de otro ser.

Cada mañana maldecía su apariencia, cada mañana apretaba los puños para no romper el espejo, cada mañana pasaba sin el arrepentimiento de aquel acto que le condeno, ¿habría valido tanto la pena su osadía? ¿Habría sido tan sublime ese momento en que su corazón latió como para dejarse condenar y no vivir arrepentido?

Aunque amorfo pasaba desapercibido entre la gente, a pesar de su insipiente espíritu podía deambular sobre las calles sin llamar la atención, con los años había aprendido a pasar discreto, a no ser notado, tanto así, que aprendió a desaparecer sin dejar rastro, a desvanecerse cuando el miedo le encendía los sentidos y le prevenía de la mira de alguien, era entonces que su instinto de supervivencia le hacía desvanecerse en el aire, y se volvía tan solo un deja vu, una sombra, una mancha, un no-humano.

Es cierto nadie podía salvarle, nadie podía redimirle, pues parte de su condena era ser su propio verdugo, ser su propio asesino, así por todas las vidas que había andado, caminaba al mismo tiempo el condenado y el verdugo, la bestia con la cadena al cuello, y el amo que tirano jalaba la cadena para ahorcarle cada vez que trataba de liberarse de su mano.

Así lo había decidido el, así lo quiso para poderle rendir tributo y voto de fidelidad a quien amo tanto, a quien le despertó lo que jamás le habían despertado, a quien le miro como jamás le habían mirado, a aquella que le enseñó que no era el demonio que creía ser, y que supo quitarle la piel para liberarle el corazón y sucumbir a sus latidos.

Pero habían pasado ya demasiadas Lunas, habían quemado ya su piel demasiados soles, habían brotado de él demasiadas cicatrices, pues a pesar de tener en el corazón un solo nombre, había amado en todas las vidas que vivió, y cada amor trajo el desamor, no podría ser de otra manera en una bestia como él.

Así que cada desamor había hecho brotar nuevas yagas, y desgarrado las costras que otras vidas le habían dejado, así reafirmaban las heridas su condena, su realidad, la de ser una bestia, la criatura más horrible y mas nauseabunda que la vida pudiera llegar a contemplar, la realidad de ser un despojo que el tiempo condenaba a repetir una y otra vez sus errores para no dejar de sangrar, para no dejar de recordar lo que era, y lo que jamás podría ser.

Pero seguía en pie, seguía con ese gemido en el pecho que gritaba cuatro letras, que gritaba todo lo que esas letras le despertaban, seguía a pesar de el mismo, a pesar de nuevos desamores, de nuevas mentiras, de nuevas burlas, seguía desvaneciéndose, seguía perdiéndose entre olvidos, entre sabanas que como carpas de circo le exhibían la piel para después ser arrojado sin piedad a los leones de la indiferencia, del desengaño, de un fingido rubor al terminarle de arrancar las costras solo para morbosamente verle sangrar.

Al terminar el espectáculo despertaba lejos, despertada de nuevo a la realidad, despertaba con nuevas heridas, con nuevas manchas de sangre sobre la ropa, con nuevos hedores deshaciéndole las fosas nasales, carcomiéndole los pulmones mientras extasiado por el recuerdo se cobijaba unos días en el capullo de sensaciones que aquellas batallas le dejaban.

Y se envolvía en aquel capullo, y se perdía por días incubando dentro, mientras el aroma de las caricias le drenaba un poco el veneno que le recorría por dentro, y se sedaba entre los restos de humedades que aun tenia sobre la piel y saboreaba aun en el paladar la piel y los labios, la saliva y el sudor de aquellas batallas, pero al final, al final tan intoxicada tenía el alma que el veneno terminaba por ahogarle dentro de ese capullo de recuerdos y salía vomitando su realidad, la de ser una bestia, la de no haber podido creer una sola de aquellas caricias, uno solo de esos besos, y al encontrarse aun solo, reafirmaba su pestilente verdad, su nauseabunda existencia de soledades, de miserias que ofrecer, de la nada entre sus manos, de la nada bajo cada costra, bajo cada poro, y entonces era que sus lagrimas le ahogaban, entonces era que su condena pesaba más.

Se volvió experto en desvanecerse así como también en olfatear y reconocer que la lastima también genera hambre de caricias, así como la gratitud, y odiaba entonces mas aquella hambre, y evadía con más rabia las miradas sobre él, y odiaba no poder despertar otra hambre, y solo despertar lastima y caricias por gratitud, sexo por compasión, besos por capricho y no por esas cuatro letras que le reventaban a diario los tímpanos y que sordo ya le habían dejado, tan sordo que solo escuchaba esas cuatro letras, aunque fueran tan inexistentes como su humanidad.

Es cierto nadie puede salvar a un condenado, y menos de si mismo

Pero la vida es caprichosa, tan caprichosa que existen milagros, y a pesar de ser él, tan solo una bestia, la vida le regalo un milagro.

¿Quién diría que un Ángel sería capaz de poner sus ojos en aquella bestia? Pero así fue, quizás porque un Ángel es capaz de ver mas allá delo que los humanos vemos, quizás porque solo la mirada de un Ángel podría haber taladrado aquellas costras y encontrar debajo de la pus de aquel repugnante ser el eco de esas cuatro letras.

Sin que él lo buscara, sin que el pidiera una redención, una absolución, la vida se la dio, pero nada es fácil, y menos para obtener tan apreciable obsequio como el perdón.

Ella se acerco a él, él como siempre se desvaneció, se perdió en el aire, se perdió entre las manchas de humedad que había en el andén del metro, en los techos de hoteles de paso, en los asfaltos de las calles que no le reconocían ya.

Aun así la mirada de un Ángel es más veloz, y bien le pudo encontrar siguiendo su rastro de gotas de veneno que dejaba a pesar de ser éter, de ser nada, de ser olvido.

Le encontró tantas veces que aquella bestia dejo de desvanecerse, dejo de escapar a las pupilas de aquel Ángel, y al verse reflejado en los ojos de ella, la bestia lloro, lloro al verse tan horrendo, lloro al verse siendo nada, al verse tan indigno de ella; lloro hasta que sus costras se humedecieron, lloro hasta que sus huellas sobre la cama se volvieron lagunas sobre ese desierto que era su cama.

Ella se acerco y la bestia tembló, y tembló el miedo, y tembló el eco de esas cuatro letras.

La asquerosa bestia como el animal que era se sintió acorralado y no supo hacer más que enconcharse y cubrirse con las manos el rostro lleno de odio por ser lo que era, no deseaba ver su reflejo, no toleraba su reflejo, y menos si danzaba su reflejo dentro de las pupilas de un ser tan hermoso como era aquel Ángel.

Ella se acerco y se arrodillo ante aquel bulto que tembloroso escurría lagrimas de entre las manos como naciendo de las laderas de una montaña, ella estiro su mano y la puso sobre las garras de aquella bestia, le apretó fuerte y la bestia tembló.

El eco de aquellas cuatro letras resonaba con más fuerza, violentamente le golpeaban dentro de su tórax, dentro de su cabeza, dentro de su boca, debajo de su en gangrenada piel.

Ella escucho ese eco, y escucho su miedo, y escucho las maldiciones que en idiomas antiguos aquella bestia lanzaba contra de sí mismo, pero ella con más fuerza apretó las garras de aquella bestia, fue lentamente retirando sus garras hasta que su rostro putrefacto quedo a la vista y el viento soplo haciéndole sentir heladas las lagrimas sobre su rostro.

El Ángel puso su otra mano sobre la cabeza amorfa de aquella bestia y le acaricio, enredó sus dedos entre sus cabellos, y la caricia la sintió la bestia en los huesos del cráneo, en su extinguido cerebro, en sus moribundas neuronas, sintió la caricia como jamás había sentido el roce de nadie.

Ella lo miraba y su mirada le resbalaba sobre las cicatrices y las costras, le rascaba la piel del rostro, y le nadaba en sus desorbitados ojos, y mientras su mirada le recorría a la bestia, la bestia no dejaba de temblar, no dejaba de tener miedo, quizás como nunca jamás había sentido, quizás como cada vez que alguien le miraba, la única diferencia esta vez es que no tenía a donde ir, no podía escapar de la mirada de ese Ángel, de esa mirada que le estaba salpicando su podrido corazón con los tonos de sus cuatro letras.

Jamás la vida tuvo tanto miedo de lo que podía pasar, aquello quizás era un experimento, aquel encuentro quizás solo era un capricho de un ser superior, el mago de oz moviendo los hilos de las marionetas, aun así se vio tentada la vida a ocasionar aquel encuentro, sin preocuparse en las consecuencias, que si habría consecuencias la bestia era quien las asumiría, por ser lo que era, y no ser mas.

Mientras su mano derecha se enredaba en los cabellos de la bestia, la otra mano de ella le acariciaba el rostro, con la misma fuerza y ternura que su mirada, y el lloro con más fuerza, lloro por saberse indigno de aquel roce, lloro por no ser mas, por ser solo una bestia, lloro por miedo a ensuciar las manos de aquel Ángel, lloro por miedo a que su veneno le penetrara por los poros a ella, lloro, lloro y tembló mas, de miedo, de incertidumbre, de desconcierto, de dudas, de ignorancia plena, ante aquellas manos recorriéndole el rostro, cerró los ojos para no ver su reflejo en los ojos de ella, cerró los ojos por miedo a que todo fuera un sueño, cerro lo ojos por miedo a que todo fuera real, cerró los ojos tratando de no dejar escapar mas lagrimas.

Pero las lágrimas seguían recorriéndole el rostro y humedeciendo los fríos dedos de aquel hermoso Ángel, que por más empeño que ponía en detenerlas no conseguía parar aquel rio de sal que le brotaba entre los parpados a aquella bestia.

Ella le tomo con las dos manos y giro su rostro hacia ella, sus manos frías y suaves le despertaban tantas cosas añejas a aquella bestia, tantos recuerdos y engaños, tantos latidos y errores que cíclicamente le golpeteaban una y otra vez su lacerada piel, las costras de aquella bestia se ibas cayendo al paso de la mirada de aquel Ángel el rostro de aquella bestia.

Ella le sujeto fuertemente el rostro y le pidió que abriera los ojos, pero la bestia tenía miedo, demasiado esta vez, pero el tono de voz de aquel hermoso ser le hizo abrir los ojos, entonces ella dijo – es real, esta vez es real-

Sus palabras se le clavaron en el pecho que se abrió como jaula de aves y dejo salir el corazón de aquella horrible criatura, su corazón estaba cubierto de navajas afiladas que cada herida habían dejado dentro, navajas de doble filo, navajas que así como le perforaban el corazón de un extremo a otro apuntaba hacia afuera sus mortales filos, haciendo que fuera intocable aquel pedazo de bestia que se suponía era su corazón.

El Ángel acerco su mano para tocar aquella madeja de filos, pero la bestia rápidamente le detuvo la mano evitando que el Ángel se cortara los dedos al tratar de tocar su corazón.

Ella estiro la otra mano mirándole fijamente, pero el sosteniéndole la mirada le detuvo con la otra mano antes que pudiera acercarse demasiado.

Y los ojos de la bestia que había cesado de brotar sal, una vez más dejaban escurrir lagrimas mientras contemplaban su reflejo en las pupilas de ella, ella que con la mirada le decía que no tenía miedo, ella que con la mirada le afirmaba que era real, ella que con sus manos le regalo los más profundos roces que su purulenta piel habían llegado a sentir.

Ella lo miraba, y la bestia miraba a su Ángel, se quedaron así un muy breve instante, el sujetando las manos de ella para evitar que rozara su afilado corazón, su afilado corazón en medio de ellos, su afilado corazón que mas que corazón era tan solo una madeja de filos que herían a quien se acercara demasiado, su corazón poco a poco fue regresando dentro de su pecho, poco a poco el miedo fue acallando el eco se sus cuatro letras, poco a poco su pecho fue cerrándose, como el prisionero que tras no obtener la absolución regresa resignado a su celda, una vez dentro de su pecho aquel despojo de filos, la bestia soltó una última lagrima y se desvaneció en el aire.

Regreso a su rincón, regreso a su refugio de soledades, regreso a su mazmorra, a su calabozo donde la humedad de la ausencia le congelaba los huesos, regreso y estallo en llanto por ser lo que era, por no ser mas, por ser esa horrible bestia, lloro por no poder creer que aquello fuera verdad, lloro por no saberse digno de aquel roce, de aquella mirada que le acaricio de manera tan especial como jamás había sentido, lloro por no poder redimirse, por no poder perdonarse, y después de aquel encuentro cargaba ahora una lapida más pesada sobre su espalda.

Lloro durante varias noches, lloro durante varias lunas que le vieron llorar deshaciéndose en maldiciones hacia el mismo, hacia lo que era, hacia lo que no podía ser, lloro hasta que sobre aquellos muros de su calabozo comenzaron a brotar manchas de humedad que parecían pintar aquella escena, aquel momento en que un Ángel le miro, le toco, le rozo, y le hizo sentir que aquello era verdad, que aquel corazón ponzoñoso podría ser liberado y tocado, que podía ser salvado.

Es cierto nadie puede salvar a nadie, y menos de sí mismo.

Y eso fue lo que aquella bestia comenzó a entender.

La sensación de aquellas frías y blancas manos sobre su piel le despertaban la necesidad de transformarse, de mutar para ser algo mas , para ser quizás aquello digno de poder ser rozado por tan hermoso ser como era ella.

Comenzó a tener sueños en los que recordaba una y otra vez las manos de aquel Ángel, sueños en los que sentía en sus cabellos los dedos enredados de ella, sueños en los que le rozaba los labios, en los que el deseo insípido que hacia tantas vidas no le brotaba sobre la piel, volvía a aparecer, volvía a agitarse, volvía a correr sangre tibia dentro de sus venas.

Pero cada sueño solo era eso, un sueño, y le regresaba de nuevo a la realidad frustrante de ser solo una bestia una horrible criatura, y volvía a sentir su odio descender sobre sí mismo.

Pasaron varias Lunas así, paso varios amaneceres con el frio atrincherado en una esquina mientras la tibieza de aquellos sueños le despertaba violentamente con la piel erizada, pasaron muchos soles quemándole las costras, secándole la ausencia de aquel Ángel que sobre su rostro había dejado surcos, pasaron varios ecos, pero ninguno retumbaba tan fuerte como el que aquel Ángel le había dejado retumbando dentro de su pecho, el eco de poder ser cuatro letras.

Pasaba el tiempo imaginando que el Ángel le tocaba el corazón que no evitaba hacerlo, que permitía a sus fríos y suaves dedos deslizarse entre las cuchillas que le salían de su ponzoñoso corazón y que al mínimo roce todo se transformaba, toda su historia cambiaba; pero la realidad le sacaba de su trance siempre, con un reflejo, con su sombra sobre algún muro, con ese miedo que le tenía a jamás poder ser digno de aquel hermoso Ángel.

En uno de sus desvaríos al recordar aquel momento en que sus garras detuvieron las manos de su Ángel, llego su respuesta, imagino que después de detener sus manos, el poco a poco iba sacando las cuchillas que le perforaban el corazón, poco a poco iba dejando solo yagas de las que no escurría sangre si no arena, entonces ya libre de filos que pudieran dejarle marcas a ella, el tomaba su corazón y se lo entregaba lleno de devoción, ella lo tomaba con ambas manos, sin despegar su mirada de los ojos de él, y con un roce sus labios aquel corazón volvía a latir, aquel roce de los labios de ella le despertaba una intensa luz que dejaba escapar ráfagas por los huecos que dejaron las cuchillas, una luz que nacía del centro de aquel corazón y que poco a poco iban sellando las heridas para volverlo una esfera rojiza que flotaba entre las manos de su hermoso Ángel.

Era entonces que el asombro y la esperanza, pero sobre todo la emoción de volver aquel sueño realidad, le despertaba, y despertó.

Entendió lo que debía de hacer, entendió lo que necesitaba hacer, entendió que nadie más que el podía otorgarle la redención, pero había tenido que ser rozado por Ángel para entender lo que tenía que hacer, tenía que haber sentido esas cuatro letras despertando por la mirada de ella para entender que debía hacer, que quería hacer.

Fue entonces que volvió a meterse dentro de un capullo, fue entonces que volvió a tejer con recuerdos imaginarios y esperanzas reales una seda para envolverse en ella y mutar, y salvarse.

Dentro de aquel capullo fue desprendiendo cada costra, fue escarbando las cicatrices hasta volverlas heridas abiertas, fue drenando su veneno por las heridas, fue ahogándose entre su espesa y mala sangre, casi a punto de extinguirse su último aliento, apareció frente a él la imagen de ella, de su Ángel, y hecho una masa que sangraba y drenaba podredumbre rompió aquel capullo.

Quedo expuesto a su obscuridad, quedo expuesta su carne, sus huesos, sus nervios pero sobre todo quedo expuesta su alma, su negra alma; camino hacia la salida de aquella mazmorra, la obscuridad le cubría, y no se distinguía su sangre de su carne, camino hasta respirar el aire de la madrugada, hasta que el hedor de su podredumbre quedo encerrado en aquella mazmorra, hasta que la ultima costra le termino de resbalar quedando atrás, quedando dentro de aquella prisión que tenia por refugio.

Sobre la noche brillaba la Luna, una Luna diferente a todas las Lunas pasadas, una Luna que sus ojos de bestia jamás habían visto, o era que sus ojos habían cambiado también.

Miro a la Luna y esta noche no le despertaba nostalgias ni melancolías, no le recordaba sus ausencias, no le abrillantaba las costras y cicatrices.

Esta noche la Luna le traía una luz diferente, un rostro en medio de ella le sonreía, un rostro que era el de su Ángel, un rostro que mencionaba su nombre, un rostro que le iluminaba solo a él, aunque fuera solo en ese momento una masa de carne y sangre, una alma obscura.

Fue entonces que la Luna escapo un suspiro con cuatro letras, y las cuatro letras le retumbaron a él en el alma, y su alma brillo.

Un pequeño punto de luz poco a poco iluminaba todo su interior, un destello de esperanza, de ternura, de esas cuatro letras se extendía dentro de él, volviéndose mas intensa la luz, iluminándolo de la misma manera en que en su sueño el roce de los labios de su Ángel le había iluminado su corazón, de la misma manera en que las heridas de su corazón en el sueño habían cerrado, así también de detenían las gotas de su sangre y se aferraban a su carne, y de la carne brotaba piel, piel sin marcas, piel sin costras, piel sin hedores, sin pus, piel viva, que cubría su carne viva, su alma viva y encendida, y su corazón, su corazón radiante con esas cuatro letras que tenían el nombre de ella, de su Ángel.

Se volvió una silueta de luz iluminada por dentro, una silueta de hombre y no de bestia, una silueta que latía, que vibraba, que había dejado de llorar por dentro.

Perdió el sentido y ya no supo mas, al abrir los ojos se encontraba en un bosque, un bosque mágico que conocía muy bien, pues muchas noches había visitado para llenarse de la magia que aquel bosque resguardaba.

La luz de la Luna aun iluminaba la obscuridad de las copas de los arboles, y dejaban pasar luz rayos hasta la yerba de aquel bosque, el se puso de pie y tambaleando dio unos pasos hasta acercarse al rio donde ya la magia del bosque cobraba vida, y en lugar de agua corrían cristales brillantes que al descomponer la luz de aquella mágica Luna despertaban a las aves de aquel bosque, y que con su canto dibujaban notas que florecían sobre la copas de los arboles, de los viejos arboles.

El aun refugiando en la sombra de esas copas se quedo contemplando aquella magia que tantas noches había visto, pero esta noche el aire le sabia diferente, encontraba un aroma a vida, un aroma a todo lo que hacía muchos años había dejado de sentir, a aquello que hacia muchas vidas había dejado de latirle dentro.

Tuvo miedo de aquella sensación, tuvo miedo de que fuera un sueño o una alucinación, pero llego el viento y sacudió las copas de los árboles para que un rayo de luz de Luna le iluminara su garra, y sorprendido se dio cuenta de que ya no era una garra, la luz le mostro una mano, una mano de hombre, de humano y no de bestia, miro iluminada su mano y quiso ver más, y salió de entre las sombras

Camino hacia aquel rio de cristales y se arrodillo, odiaba ver su reflejo, odiaba verse como lo que era, y lleno de miedo fue acercándose hacia aquellos cristales para enfrentar su miedo, su odio, y entonces descubrió su nueva realidad

El reflejo que aquellos cristales le mostraban era el de un humano y no la bestia que cada día veía, miro sus cejas, miro su nariz, toco con sus manos cada parte de su rostro completamente sorprendido, el asombro le estallo en lagrimas, lagrimas que no dolían al salir, lagrimas que no dejaban surcos sobre su rostro, su rostro de humano y no de bestia, se miro los brazos y las piernas re conoció cada parte de su cuerpo como humano, como hombre, como lo que muchas vidas atrás había dejado de ser, y entre sollozos y sonrisas se levanto, miro a su Luna y ella lo miro a él, y dentro del reflejo de las pupilas de aquel Ángel que aparecía sobre la Luna vio su reflejo como hombre y a su Luna sonreírle.

Inhalo fuertemente hasta que el aire le penetro por cada poro de su piel de hombre y sintió nueva aquella sensación de respirar, aquella sensación de sentirse vivo de nuevo, de sentirse humano.

Una lagrima de alegría se escapo de su ojo derecho, mientras miraba a su hermoso Ángel reflejado en la Luna y supo que había sido ella, que había sido por ella, que decidía ser de nuevo un hombre para poder amarla siendo digno de ella, sin cicatrices, sin heridas, sin vacios, y con un corazón que latía cuatro letras solo para ella, solo por ella, y era por ella que había decidido purgarse de su condena y salvarse.

Es cierto nadie puede salvar a nadie, y menos de uno mismo, pero por amor bien vale la pena rescatarse uno mismo y redimirse, para volver a nacer en un latido que cuatro letras le hagan a uno renacer.

2 comentarios:

Mina dijo...

quien pudiera con las manos, limpiar cada una de las heridas y borrar con besos las cicatrices hechas, modelar lentamente con dulzura y cariño la piel marchita que ha fuerza del rechazo se ha ajado con el tiempo, que tan solo espera brillar en lo mas alto al lado de su luna para quien solo el quiere ser bello...
los ojos son las ventanas del alma y se amigo que tu te reflejas en ellos, tan solo confía pues eres un ser muy bello

Anónimo dijo...

MARAVILLOSA HISTORIA SR. QUE BUENO LEERLE ALGO ASI... DIGO PARA SER UNA CONTINUACION DEL INICIO DE LA CONDENA ESTO ESTA LLENO DE VIDA, EN SI UN RENACIMIENTO, ES SUBLIME DIRIA TO... CIDESE AMIGO NOMO, SABE QUE CUENTA MI AMISTAD.

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